En la urbe globalizada, la función primordial del museo es ofrecer una marca visual para que el turista, venga de un remoto país o de la periferia metropolitana, puede aprehender la ciudad como un collage de imágenes congeladas. Los grandes artefactos culturales – museos, monumentos y conmemoraciones – ya no responden tanto a las necesidades de escenificar los mitos fundacionales del Estado y ofrecer espacios de auto-reconocimiento a la burguesía, como a la lógica de explotación económica del parque temático.
El Guggenhein de Bilbao es el paradigma de este nuevo tipo de museo, donde las narrativas sobre la modernidad que se despliegan en sus exposiciones están en realidad subordinadas a esa construcción de un signo visual, que por un lado las engloba, pero por otro las reduce para incorporarlas a una experiencia sintetizada de la ciudad como mercancía de consumo cultural. El impresionante edificio, con sus volúmenes dinámicos y las cubiertas de titanio, suspendido sobre la aguas del Nervión, es un fetiche de sí mismo que ha ido ganando fuerza en la medida en que su imagen se ha repetido hasta la saciedad en los medios de comunicación. Al final, la necesidad de verlo es proporcional a la imposibilidad de no haberlo visto ya.
Guggensito / sketch de prototipo arquitectónico / tinta sobre papel / Eder Castillo, 2009
Dicho de otra manera, el Guggenheim vasco es a los valores tradicionales de la cultura lo que la pornografía al ideal clásico de belleza humana. El Guggen SITO de Eder Castillo, una estructura inflable que remeda las formas del edificio de Frank Gehry, nos enfrenta a esta condición pornográfica del museo de arte contemporáneo. El diseño es deliberadamente torpe, un “fake” barato, como las imitaciones de marcas internacionales que se venden en los tianguis. Dolorosamente Región – 4. El artista no lo ha “expuesto” en primer término, sino que se ofrece gratuitamente para que la gente lo lleve a sus colonias, e incluso a sus casas, para que los niños hagan lo que se puede esperar tratándose de un inflable: brincar sobre él. El Guggen SITO deconstruye el aparato simbólico del Guggenheim de muchas maneras: materiales blandos, pobreza, movilidad… Pero más allá de la parodia evidente, es una pieza que habla de dos temas fundamentales: la producción de espacio público que se considera consustancial a las instituciones culturales, y la reducción de éstas a su imagen, en una sociedad del espectáculo donde la mirada ha adquirido tintes patológicos.
GuggenSITO detalle de intervención en Ciudad de México / Eder Castillo, 2011
El artefacto está íntimamente relacionado con otras experiencias museísticas de artistas, como el Musée des Aigles de Broodhaers, el UMoca de Cai Guo-Quiang, el Monumento a Bataille de Hirschhorn o el Museo de la Defensa de Madrid de Tom Lavin, pero a diferencia de éstos, el acento no está en la revisión de los contenidos museificables o en determinadas paradojas formales, sino la performatividad que se abre al público. El Guggen SITO no es un objeto estrictamente escultórico; como otras obras anteriores del artista – Guatemex, Biosfera, Nation TM – tiene una clara vocación de arquitectura que se traduce en la creación de un espacio habitable. En consecuencia no opera desde su presencia formal, sino desde esta condición arquitectónica. No está hecho para verlo, como el original, el de Gehry, sino para usarlo. Es un espacio destinado al juego y a una sociabilidad en estado puro, que se contrapone a la visibilidad absoluta propia de la sociedad postindustrial.
Usémoslo por tanto, y en lugar de hacer complicadas acrobacias mentales para mantenernos a flote entre tantas modernidades naufragadas, practiquemos unas sencillas piruetas sobre la lona tersa y neumática del Guggen SITO.
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