En los últimos años, la obra de Edgar Cobián (Guadalajara, 1978) ha reconstruido su propia simbología a través de elementos accidentados pero frecuentes: la mano y el guante, la ropa, el lenguaje de marketing y el panfleto ideológico, la presencia de algo sónico, el estrobo, los colores del arcoíris y de la alegría, hasta el cuerpo, la articulación y el baile. Con el paso del tiempo las que parecían ser solo recurrencias azarosas e inocentes, han devenido en un contenedor de carga política. Incluso la técnica, y la manufactura son políticas, porque las utiliza como un anzuelo. Cada elemento esconde tras de sí una presencia psicológica y emocional, que hace referencia a la permeabilidad que el sistema económico y político alcanza sobre características y cualidades de los individuos.
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