La era de Rodin
Sala 6
Un recorrido por la Era de Rodin nos lleva por sus proyectos más importantes; los mitos y alegorías que resignificaron las fuentes clásicas; la fragmentación y el movimiento donde se aprecia su ímpetu vanguardista; y su legado que se manifiesta en el aliento que formó a nuevas generaciones. En palabras del artista:
Mi corazón es una capilla ardiente. Retomo mi pasado… esos estudios deliciosos que me han brindado el gusto y el secreto de la vida. ¿A quién debo este favor? Sin duda, a los largos paseos que me han hecho descubrir el cielo…, al modelado terreno que, sin hablar, por así decirlo, ha hecho nacer mi entusiasmo y mi paciencia y mi curiosidad y mi gozo de comprender la flor humana.
A mediados del siglo XIX, la Academia y el gobierno francés organizaban exposiciones anuales llamadas Salones. Historia antigua, mitologías y alegorías abrazaban en pintura y escultura el Neoclasicismo.
Auguste Rodin había sido rechazado en la Academia de Bellas Artes y se formó en la Petite École, una escuela de diseño y matemáticas. Aspiraba a ser reconocido como artista y presentó al jurado, sin éxito, El hombre de la nariz rota en el Salón de 1865. Trabajó con Carrier-Belleuse en la fábrica de porcelana de Sèvres y, en Bélgica, se asoció con Antoine-Joseph van Rasbourgh, para desarrollar esculturas decorativas.
A la luz de Jean-Baptiste Carpeaux, célebre diseñador del conjunto escultórico La danza de la Ópera de París, y de la anatomía escultórica de Miguel Ángel, Rodin decantaría su estilo. Con La puerta del Infierno, su primera comisión pública, contribuyó a vestir a la Tercera República Francesa y a introducir nuevas formas del arte moderno.
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