Vasos Comunicantes
Vasos comunicantes
Asma, Alicia Ayanegui, Diego Berruecos, Stefan Brüggemann, Miguel Calderón, Christian Camacho, Pia Camil, Antoine Catala, Alexis de Chaunac, Paloma Contreras, Sebastian Cordova, Dexter Dalwood, Aníbal Delgado, Manuela de Laborde, Carolina Fusilier, Santiago Garces, Gunther Gerzso, Cecilia Granara, Joy Laville, Lorena Mal, Julián Madero, Carlos Matos, Ricardo Martínez, Carlos Merida, Theo Michael, Victoria Nuñes, José Clemente Orozco, Mariana Paniagua, Francesco Pedraglio, Tania Pérez Cordova, Abel Quezada Rueda, Pablo Rasgado, Pedro Reyes, Diego Rivera, Rafael Rodríguez, Julia Rometti, Ramón Saturnino, Federico Schott, Pablo Soler Frost, Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Francisco Ugarte, Rafael Uriegas, Yvonne Venegas, Lucía Vidales, Andrea Villalón, Marek Wolfryd, Diego Zelaya, Nahum Zenil
En 1938, Diego Rivera ilustró con un grabado el Manifiesto por un arte revolucionario independiente, firmado junto a André Breton y León Trotsky. El título de la obra —Los vasos comunicantes— hacía referencia directa al libro homónimo de Breton de 1932, donde los flujos entre sueño y vigilia, arte y política, se comparaban con los principios físicos de conexión entre líquidos. En el grabado, Rivera tradujo esos intercambios en una máquina visual compuesta por cuerpos, símbolos e ideas en constante movimiento. La imagen reaparecería dos años más tarde en la Exposición Internacional del Surrealismo, organizada por Breton, Wolfgang Paalen y César Moro en la Galería de Arte Mexicano.
Tomando esta pieza como punto de partida, la GAM, junto con Enrique Giner de los Ríos, presenta la exposición colectiva Vasos comunicantes. La muestra reúne piezas del archivo de la propia Galería con obras de artistas contemporáneos invitados a dialogar con las múltiples capas de sentido que activa la imagen: desde las nociones de Breton sobre lo irracional, el sueño y el inconsciente; hasta el contexto político y social que dio origen al manifiesto, y sus ecos en México y el mundo. También se aborda el fenómeno físico que le da nombre —recipientes conectados que permiten el paso de un líquido de uno a otro—, así como la potencia formal del grabado, que provoca nuevas lecturas visuales, a veces alejadas del estilo de Rivera, insinuando otras voces, tiempos y sensibilidades.
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