Golgo: Gemini Six


La imagen y semejanza con la que fue creado el humano se transforma con la intervención de la máquina, la figura divina ya no encarna un misterio insondable, sino un ser ensamblado. En Gemini Six cuerpos divinos se presentan como superficies programables, atravesados por cables y placas electrónicas, borrando la línea entre lo sacro y artificial. Dentro del imaginario cyberpunk el futuro no llega con estruendo, sino como una mutación silenciosa, en este caso en forma de una espiritualidad automatizada, de un alma replicable, de una devoción que ya no requiere conciencia, sólo repetición. Golgo se instala en este umbral, no para negar o criticar la religión, sino para someterla a una autopsia estética.
Diez pinturas al óleo y dos esculturas componen esta muestra en la que María y Jesús aparecen como cuerpos cibernéticos. Golgo retoma el hiperrealismo minucioso que ha definido su práctica, donde vírgenes de belleza inverosímil, ponían en cuestión una perfección que rozaba la estética industrial, sugiriendo una sacralidad fabricada en serie. Ahora, esa misma precisión técnica se convierte en un bisturí conceptual que revela la automatización de la fe, su transformación en protocolo, en un sistema visual que se repite, con frecuencia sin verdadera veneración.
Las obras están repletas de referencias y capas de conceptos visuales. En la propuesta de la codificación y mecanización de lo divino, se pueden apreciar gestos a Ghost in the Shell, un clásico del cyberpunk que plantea que el alma puede transferirse a una máquina. En varias piezas, la figura de Cristo aparece inspirada por la escultura de Herman Makkink que Stanley Kubrick colocó en A Clockwork Orange como símbolo de una fe convertida en espectáculo. De manera similar, las máscaras que portan algunas de las representaciones remiten al personaje de ópera en Pagliaccio, el payaso que encarna el sufrimiento maquillado y oculto. Lo sagrado aquí no desaparece, pero muta en otra cosa: en símbolo desgastado o cuerpo intervenido.
Gemini Six hace referencia a las misiones espaciales rusas y estadounidenses que iniciaron experimentos con cuerpos artificiales y humanoides, subrayando el vínculo entre tecnología, cuerpo y trascendencia. El personaje de Golgo ha estado siempre mediado por la máscara, un dispositivo de anonimato, pero también de construcción narrativa. Su obra nunca ha sido ajena al disfraz, al ocultamiento como forma de aparición. Esta muestra se convierte en un doble gesto de desenmascaramiento, el del autor que emerge expresando cuestionamientos que lo acompañan desde la niñez, y el de una fe que revela su estructura como sistema, como interfaz o como máquina.
Icka Gallego