PAISAJES ENCANTADOS (SOBRE SUPERFICIE DE NOGAL)
Por Rafael Toriz
Sucedida a la manera de un embrujo, la historia que relata el encuentro entre Fernando Pessoa y Aleister Crowley en septiembre de 1930, es un punto de inflexión que traza nuevas coordenadas para interpretar lo que entendemos por realidad. Reunidos para fraguar la desaparición del mago frente a un acantilado conocido como Boca do Inferno, ambos urdieron la pantomima de la desaparición de Crowley, dejando a la posteridad los indicios para comprender una modernidad paralela imbuida por la preeminencia mística, un nuevo código de lectura atento a la mirada interior orientada por las búsquedas del ocultismo, la magia y la astrología.
Parte de esa mística —cifrada en un lenguaje personalísimo y depurado en plenitud de su potencia— se encuentra presente en Modern Mystic, muestra de Édgar Orlaineta donde el mural del mismo nombre da cuenta de una obra compleja y madura unida por una fuerza palpable que cohesiona una multiplicidad de universos a partir de una ruta subterránea al entramado occidental del siglo XX; pero no sólo eso: la muestra también se compone por unos dinteles donde destaca el arquetipo de la trinidad en tanto manifestación de la conciencia, que remiten a los tiempos en que la especie obedecía al mandato de la Diosa Blanca y festejaba las arcaicas fiestas juninas merced de remotos ritos agrícolas: se trata de la exploración de un monte análogo íntimo que representa, en palabras de René Daumal, “la unión entre la Tierra y el Cielo, donde la cima roza las regiones eternas y la base se ramifica en múltiples estribaciones en el mundo de los mortales. Es el camino mediante el cual ser humano puede elevarse hacia la divinidad y la divinidad revelarse al ser humano”.
Hay también unos portales, los tokonomas —elementos de decoración típicos de la cultura japonesa, que son discretos espacios empotrados sobre muros en los que puede exhibirse un pergamino, una flor o una pintura y que en el caso de esta muestra son más bien haikús realizados en tercera dimensión— que apuntalan la idea de que toda sugerencia de paisaje es menos su propia apariencia y más la posibilidad de implantar claraboyas artificiales con vista a discretas heterotopías.
Empero, es el mural Modern Mystic, conformado por 17 tablones de madera tallados a la manera de un mapa esculpido por un maestro artesano, donde se establece un nuevo paisaje material que abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, sugiriendo un punto de vista polifacético que reconfigura la mirado cada vez que nos detenemos a comprender este delicado mecanismo en movimiento.
En este mural (que invita a ser recorrido palmo a palmo con la superficie de la mano) existe una presencia invisible que le confiere unidad al conjunto heterogéneo de materiales —esculturas, objetos diversos y extraños, relojes, algunos libros insurrectos— creando una nueva totalidad desmontable que hace de cada pieza su propia unidad de lugar, pero también esboza un engranaje a la manera de un tablero que indica un juego para una civilización venidera. De esta forma el mural abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, lo que traza un punto de referencia ineludible para quienes nos sentimos interpelados por las fuerzas antagónicas de la razón diurna.
Pero la obra es también política —a la manera en que lo entendía Glauber Rocha: la cámara en la mano es mi idea en la cabeza— es decir, en la forma en que se disponen los objetos en el espacio está ya sugerida una visión de mundo; por lo que la referencia explícita a Joaquín Torres-García y su gesto de sugerir un Sur como nuevo Norte, más metafísico que geográfico, hace de la pieza de Orlaineta un momento cumbre del eclecticismo latinoamericano, donde la convergencia de distintas raíces —criollas, mestizas, norteamericanas, orientales y precolombinas— ha sabido darle rostro a una obra planteada como un desafío permanente, a partir del extrañamiento con los objetos cotidanos que nos asedian todas las mañanas del mundo: la producción y los oficios de Édgar Orlaineta nos recuerdan que, si ahora concebimos horizontes más lejanos, es porque estamos parados sobre hombros de gigantes.
Gabinete de maravillas que establece su propio código de lectura, Modern Mystic condensa las búsquedas de un artista devenido artesano, siguiendo un pálpito no por natural menos efectivo: el hombre piensa porque tiene manos.
Hace tiempo que Orlaineta viene sugiriendo un nuevo lenguaje basado en una concepción única del ritmo, de la materialidad y del espacio: Modern Mystic es un portal hacia acantilados infinitos, donde nos esperan nuevos mundos, infernales y divinos, al amparo de la niebla.
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