Allan Villavicencio ha definido su lenguaje plástico a partir de experimentar con los límites de la práctica pictórica, explorando las posibilidades de sus sistemas con una paleta de color alterada por la incorporación de diferentes capas y afectaciones al lienzo; pero también a partir de la forma en que su obra se instala dentro del espacio de exhibición, en una suerte de estudio de “largo aliento” sobre los modos de ver pintura ensayados por diferentes tradiciones artísticas. Sus narrativas visuales se construyen a partir de patrones de comportamiento estético encontrados en el espacio cotidiano, que le permiten construir módulos y seleccionar cromáticas con los que incorpora a su obra formas peculiares del ambiente que no están codificadas en la tradición clásica del campo de la pintura.
Su práctica explora distintos medios, incluyendo a la pintura, el dibujo, el collage, las estructuras tridimensionales y la instalación. Se desarrolla en la intersección entre teorías sobre la perspectiva, las topologías arquitectónicas de los paisajes citadinos, y la relación entre la vestimenta, los cuerpos y los objetos que habitan espacios tanto privados como públicos. Allan Villavicencio les brinda cualidades expansivas y emocionales, creando así “paisajes residuales”. En este sentido, sus obras revelan ecosistemas de materia, de formas y de textura que resaltan cómo la naturaleza fragmentaria de las obras las constituye en su enteridad.