La jaula de oro | Yvette Mayorga

Suena a lo lejos Dreaming of You de Selena. Una adolescente en vela anhela, todo lo que tiene es “sueños de ti”. El sonido se aproxima, la canción cambia a La jaula de oro de Los Tigres del Norte, reparando en que el sueño no era irse, sino regresar mejor. Mientras se estaciona en el jardín, la vagoneta se revela como la fuente de la música y anuncia su llegada: ESTAMOS AQUÍ. Pero ya sabíamos, el rótulo en la fachada del museo lo delató.

Yvette Mayorga presenta un mundo alternativo, uno que está aquí y ahora en México —en su primera exposición individual fuera de Estados Unidos—, pero también uno edulcorado y artificioso. Una celebración en un salón rococó, con obras en los muros que examinan el control fronterizo, la vigilancia y el trabajo en la diáspora latina en los Estados Unidos.

Como habitación de adolescente, con carteles contenidos de aspiraciones, afectos y deseos, Mayorga reúne lo mismo imágenes, que objetos encontrados. Del dibujo animado Piolín al Retrato de doña Juana María Romero (1794) del pintor novohispano Ignacio María Barreda, la artista reimagina fotografías familiares combinando iconografía de la nostalgia de los noventas con la estética y los géneros pictóricos del Barroco francés y novohispano. Un bodegón que captura un momento congelado indefinidamente de un rancho en Jalisco; un autorretrato que reformula los cánones de representación coloniales; y pinturas de género que representan viajes y memorias de crecer bajo el consumismo de Ronald McDonald sostenido por mano de obra migrante. Su herencia jalisciense se refleja en marcos elaborados con una técnica artesanal que utiliza fibra de pita bordada sobre cuero en patrones decorativos de Hello Kitty.

Su trabajo evoca el sentido vital transitorio del memento mori y la riqueza material efímera de las vanitas, es una celebración de la fugacidad del instante. En su mundo pictórico, la figura metafórica del cielo es México, y lo que puede llevar ahí es ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas). “F*CK ICE!” se esconde entre el betún. La princesa (Ride or Die) capta esa cualidad efímera, la sensación de temporalidad e impermanencia: hoy aquí y mañana ya no.

Estas pinturas de historia abreviada, siguen tradiciones estéticas chicanas como el Rascuachismo y la Domesticana, poniendo cara a cara una sensibilidad bicultural de clase obrera que en “ambos lados de la frontera, retiene una perspectiva de clase baja”, connotaciones de vulgaridad, mal gusto y amaneramiento, con la Historia del Arte hegemónica. A partir de la Ilustración, con preceptos racionales y sobrios, históricamente masculinos y apolíneos, lo barroco ha sido usado como término despectivo por sus formas exageradas, ornamentadas y caprichosas, femeninas y dionisiacas. La misma carga peyorativa se manifiesta en adopciones contemporáneas que se apropian de lo Camp y lo kitsch: uñas con joyas, pestañas postizas, cadenas de oro y logos visibles de marcas de lujo como Louis Vuitton. En sintonía, algunos feminismos no interseccionales ni decoloniales, exigen más ropa y menos rosa.

Su herramienta, la manga pastelera, hace eco al rótulo de la fachada. Estamos aquí: las mujeres siempre hemos trabajado. La colonialidad no consideró “mujeres” a las mujeres racializadas —despojándolas de la “fragilidad” y “feminidad” impuestas a las mujeres blancas—, ni “trabajo” a lo que hacían. Mientras que las mujeres blancas tuvieron que luchar para ingresar al trabajo asalariado en el sistema capitalista, las mujeres colonizadas ya estaban ahí.

Maya Renée Escárcega

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