El pasado nunca es el mismo

Jose Dávila ( México, 1974) es conocido por sus actos de equilibrio con materiales cotidianos que sugieren de manera conmovedora las relaciones interpersonales y las redes de dependencia que constituyen la sociedad. Con estos actos, reflejando su profundo idealismo y optimismo, presenta argumentos elocuentes de manera oblicua a favor del mantenimiento y cuidado de esas redes, que tienden a hacernos sentir que invertir nuestra conciencia en redes de contingencia y fragilidad es virtuoso, incluso heroico.

En «El pasado nunca es el mismo», su exposición ex profeso para Casa Wabi, utilizando nada más que desechos de obras de construcción recopilados de todo Puerto Escondido y un concepto llamado memoria colectiva, Dávila se propone concretar una idea de honrar el pasado y habitar la historia de una manera muy diferente a la forma en que tradicionalmente los monumentos conmemoran a personas y eventos.

Al acceder y manipular la memoria a través de materiales de construcción mundanos las obras que ha creado para Casa Wabi generan un sentido de comunalidad. No solo porque los desechos en todas partes se ven de manera similar, sino también porque hoy en día la mayoría de los seres humanos comparten la ansiedad que proviene de vivir en entornos en un estado perpetuo de construcción y deconstrucción. Un montón de rocas, por ejemplo, que ha cambiado poco en muchos milenios, es una metáfora evocadora universal de comprensión colectiva porque la roca es fundamental para nuestra experiencia del entorno construido. Y al igual que la roca puede incorporarse casi infinitamente en nuevas estructuras, constantemente estamos reconfigurando nuestras memorias: extraídas de nuestra propia experiencia, pero también de las experiencias de quienes nos rodean, y de nuestras culturas e historias, en una estructura social continuamente renovada. El triplay, el hormigón armado y las varillas se han convertido de manera similar en partes inevitables de este terroir de la vida moderna, desechos que nos representan a todos: una especie de depósito de experiencias comunes.

El filósofo y sociólogo francés Maurice Halbwachs (1877-1945), uno de los primeros teóricos de la memoria colectiva, era hábil al sugerir cómo nuestros delirios de separación y autosuficiencia podrían llegar a llenar de agujeros las prescripciones y presentaciones de la historia. Esto se debe a que gran parte de lo que experimentamos o pensamos como la singularidad de nosotros mismos, en realidad expresa la influencia combinada de los tantos grupos de los cuales somos miembros.

Un estado personal revela así la complejidad de la combinación que fue su origen. Su aparente unidad se explica por un tipo bastante natural de ilusión. Los filósofos han demostrado que la sensación de libertad puede explicarse por la multiplicidad de series causales que se combinan para producir una acción. Concebimos cada influencia como si estuviera en oposición a alguna otra y, por lo tanto, creemos que actuamos independientemente de cada influencia, ya que no actuamos bajo el poder exclusivo de ninguna. No percibimos que nuestro acto realmente resulta de su acción concertada, que nuestro acto siempre está gobernado por la ley de causalidad. De manera similar, dado que el recuerdo reaparece debido al entrelazamiento de varias series de pensamientos colectivos y como no podemos atribuirlo a ninguna en particular, lo imaginamos como independiente y contrastamos su unidad con su multiplicidad. Podríamos asumir igualmente que un objeto pesado, suspendido en el aire mediante una serie de hilos muy delgados y entrelazados, realmente descansa en el vacío donde se sostiene a sí mismo…

Halbwachs no lo dice explícitamente, pero una extensión lógica de este pensamiento es que la memoria colectiva es la cuna de nuestro sentido de responsabilidad colectiva hacia los demás y hacia nuestro mundo. Esa es la fuente de gran parte del interés de Dávila en esta idea.

Para Casa Wabi, Dávila ha creado obras que son más asentadas, estables, y centradas que sus característicos objetos pesados suspendidos en el vacío. En un proceso relajado, espontáneo y colaborativo, similar al acopio de materiales para su uso posterior, él ha dispuesto: varilla, láminas de acero, secciones de triplay, encofrado de acero utilizado para verter hormigón, rocas, secciones de andamios, vigas en cuatro cajas grandes y ásperas separadas en el suelo. Las cajas, recordando las geometrías vacías del minimalismo, aquí sirven como contenedores: especie de cajas craneales postindustriales, llenas con la materia gris de la historia material.

Mientras que sus esculturas voladizas, sujetas y suspendidas ejemplifican la vasta y algo aterradora energía potencial en los sistemas sociales, estas obras son más como baterías o discos en estado sólido donde se almacena la experiencia colectiva. También es significativa en estas obras la forma en que la entropía y la decadencia, al devolverlas a un estado natural más bajo, parece haberlas renovado, dejándolas listas para su reutilización. Su «cromatismo», como lo expresa Dávila, ha llegado a «parecer endémico» a Casa Wabi y a esta parte de Oaxaca. Es decir, si estos materiales representan una condición de memoria compartida, esa condición ahora incluye también el entorno.

Contra una pared de la galería se apilan láminas de triplay sobrantes, entre otros usos, de la producción de los pedestales de cemento en la exposición. Dispuestas como están, por la lógica inconsciente del almacenamiento temporal, tienen un parecido casual con el contorno de un horizonte urbano rugoso. O individuos en filas en una perspectiva aplanada. Los pedestales, hechos según las especificaciones del estudio de Dávila para la exhibición de esculturas, están afuera en la terraza, acomodadas como esculturas. Cuando llegó para hacer la exposición, Dávila los trató como el resto de los materiales desechados que se habían recopilado para su uso y los incorporó al flujo de reciclaje y renovación que produjo el arte que es la exposición. Al colocarlos solos afuera, como si fueran esculturas, Dávila ha abierto su estatus al invitarlos a probar algo diferente y al darle a la naturaleza la oportunidad de convertirlos de piedra (hecha por el hombre) en rocas. Es un experimento acelerado y específico del arte en lo que ya ha sucedido con los materiales mostrados en el interior. El gesto es típico de la cultura universalizadora de cuidado que Dávila tiende a cultivar. Los materiales fabricados por el hombre gastados afuera entran para descansar y recargarse; los hechos para usar adentro salen por la misma razón. Es un hermoso intercambio no binario sin juicio: «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

En otra pared larga, una única pieza de varilla doblada, también recolectada de un sitio de construcción aunque sin cambios, se convierte en un dibujo en el espacio: una memoria topográfica, la imagen residual de una montaña o una plantilla para la fabricación de una nueva. La forma más simple, y un contrapunto a las pilas de triplay, sirve como un poderoso recordatorio de que la línea que separa nuestra vida en el entorno natural, de nuestra vida en los entornos construidos sigue siendo afortunadamente delgada o alarmantemente fina. Entre estos dos espacios y estados implícitos, Dávila ha producido todo un espectro de experiencia material acumulada que abarca desde la Edad de Piedra hasta el día de hoy.

A veces puede ser difícil pasar por alto las características seductoras de la escultura aparentemente formal. Que la obra de Dávila logre bellezas abstractas y misteriosas que no necesitan explicación es una de sus grandes fortalezas, pero su escultura es principalmente cívica. Lo que la distingue del trabajo de muchos artistas que extraen lo sublime de restos, incluyendo aquellos que comparten su intención política, es la determinación de Dávila de presentar redes de vida en las que vemos y sentimos la interconexión e interdependencia de sistemas/procesos/materiales. Las necesidades que sirven, y los restos que dejan atrás. Todo lo cual él trata como cultura compartida: nuestra memoria colectiva en forma material.

Curador: Dakin Hart

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