Una de las facetas más interesantes de Diego Rivera es la de coleccionista de arte prehispánico. Durante más de treinta años, Rivera compró, intercambió y recibió como obsequio estos tesoros, cuando todavía estas apropiaciones eran permitidas por la ley. La antropóloga Eulalia Guzmán, amiga del pintor, y Frida Kahlo, fueron quienes ayudaron a realizar la primera catalogación del enorme acervo que el muralista acumuló.
Actualmente, la colección supera las cuarenta y cinco mil piezas, dos mil de las cuales conforman la exposición permanente del Museo Anahuacalli.
Como coleccionista, Diego Rivera se fascinó con el arte precolombino producido por culturas del Occidente de México -que comprende Jalisco, Colima, Nayarit y Michoacán. Estas figuras muestran la vida cotidiana de los pueblos de aquella zona y eran las favoritas del pintor.
La distribución de las piezas en las 23 salas del Museo Anahuacalli no responde a un orden arqueológico, sino una visión estética. Rivera buscó enlazar las representaciones de las antiguas culturas con el arte contemporáneo, de manera que se construyera una línea continua de tiempo. Por ello, las piezas no cuentan con una cédula explicativa, con el fin de que sean apreciadas por sí mismas como una obra de arte actual.